La amígdala es una estructura central en la regulación de nuestras emociones y respuestas ante el estrés, interactuando estrechamente con otras partes del cerebro como el hipocampo y el hipotálamo. Su desregulación puede contribuir a trastornos de ansiedad.
La amígdala, una estructura pequeña pero esencial ubicada en el lóbulo temporal del cerebro, desempeña un papel crucial en nuestras respuestas emocionales, especialmente en la respuesta al miedo y al estrés.
Aunque se divide en dos partes, una en cada hemisferio del cerebro, se suele referir a ella en singular, como "la amígdala". Según lo detallado por la experta Millie González, farmacóloga y profesora asociada en la universidad interamericana de Puerto Rico, "es una estructura pequeñita que se divide en dos, tiene el tamaño como de una almendrita, y está más o menos al nivel de nuestros ojos".
La amígdala está involucrada en procesar información sensorial, conectándose con áreas del cerebro que procesan la visión y la audición. También tiene un papel importante en el olfato, por tanto tiene relación con la memoria y las emociones.
Como se mencionó, "básicamente tiene un rol muy importante en el olfato, muchas de sus funciones tienen que ver con nuestra respuesta, tiene mucho que ver con los olores". Esta función está integrada en el sistema límbico, que incluye estructuras como el hipocampo y la corteza prefrontal.
Esta pequeña estructura tiene fuertes conexiones no solo con el sistema límbico, que es esencial para las emociones, sino también con la corteza cerebral, la cual es responsable de funciones cognitivas superiores. Según estudios, la amígdala está conectada a circuitos reverberantes que permiten una emisión sostenida de señales a lo largo del tiempo, lo que sugiere su importancia en la persistencia de respuestas emocionales.
En el contexto de la ansiedad, la amígdala se convierte en un actor clave. En situaciones normales, nos mantiene alertas ante peligros potenciales. Sin embargo, en casos de ansiedad, su funcionamiento se altera. "Cuando hay mucha ansiedad, esto empieza a deteriorarse, esta comunicación entre la amígdala y la corteza prefrontal", señaló la experta, destacando cómo esta desregulación puede afectar la toma de decisiones y la percepción del peligro.
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Además de su interacción con el hipocampo, que es crucial para la consolidación de memorias, especialmente aquellas asociadas con el miedo, la amígdala también se conecta con el hipotálamo, una estructura que regula la respuesta del sistema nervioso simpático.
Este sistema es responsable de la respuesta "lucha o huida", activada cuando percibimos una amenaza. "El hipocampo ayuda a consolidar la memoria, especialmente aquellas que son respuestas a peligro o a miedos", explicó la experta, añadiendo que "el hipotálamo ayuda a regular esa respuesta que tenemos ante un miedo y la activación de nuestro sistema simpático".
Cuando una persona percibe una situación como peligrosa o estresante, la amígdala se activa y envía señales a otras partes del cerebro, incluyendo el hipocampo y la corteza prefrontal. Esta activación desencadena una serie de respuestas fisiológicas, como el aumento del ritmo cardíaco y la liberación de hormonas del estrés, que preparan al cuerpo para enfrentar o huir del peligro.
El eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA) es una vía crucial en esta respuesta al estrés. Cuando se percibe una situación de peligro, "el hipotálamo se comunica con esa pituitaria, produce la hormona corticotropina y la glándula pituitaria segrega adrenocorticotropina, y básicamente llega a las glándulas adrenales que están encima de nuestros riñones".
Esta activación lleva a la secreción de cortisol, una hormona que prepara al cuerpo para enfrentar la amenaza. Sin embargo, en casos de ansiedad crónica, "los niveles de cortisol van a estar elevados y el sistema operado no funciona bien, y eso puede tener efectos negativos en la amígdala y otras áreas del cerebro".
En personas con ansiedad, la amígdala puede estar hiperactiva o desregulada, lo que lleva a una reacción exagerada ante situaciones que no representan un peligro real. Esto puede hacer que las personas experimenten miedo o preocupación de manera constante, incluso en circunstancias que no son amenazantes. Además, la comunicación entre la amígdala y la corteza prefrontal, que ayuda a regular la respuesta emocional y a tomar decisiones, puede deteriorarse en condiciones de ansiedad crónica, lo que dificulta el control de estas reacciones emocionales.