Las tensiones en la fascia pueden generar áreas de densificación, lo que puede afectar la movilidad articular, la integridad postural y algunas funciones orgánicas.
Cuando se experimenta dolor o rigidez, es común atribuirlo de forma intuitiva a los músculos o las articulaciones. Sin embargo, en ocasiones, estas molestias pueden originarse en un componente del cuerpo que quizás no haya sido mencionado con frecuencia: la fascia.
Fascia: materia deslizante
La fascia es un tipo de tejido conectivo fibroso y resistente que cubre de manera continua todas las estructuras corporales, como músculos, huesos, vísceras, vasos sanguíneos y nervios. Cumple funciones importantes al proporcionar forma, soporte y protección, así como permitir el intercambio de sustancias entre estas estructuras.
Se extiende a lo largo, ancho y profundidad de nuestro cuerpo, manteniendo una continuidad tanto anatómica como funcional. Aunque tiene la apariencia de una hoja o membrana, en realidad está compuesta por múltiples capas con líquido entre ellas.
Para que el organismo se mueva de manera óptima, estas capas deben deslizarse suavemente entre sí. Esto es posible gracias a la presencia de un lubricante conocido como ácido hialurónico o hialuronato.
La consistencia y capacidad lubricante del ácido hialurónico dependen de la disponibilidad de agua en el entorno de la fascia. Cuando hay suficiente agua, el ácido hialurónico se une al líquido y se vuelve menos viscoso, lo que permite un deslizamiento adecuado. Sin embargo, si la cantidad de agua es insuficiente, se forma una macromolécula de hialuronato que aumenta la viscosidad y puede generar áreas de mayor densidad en la fascia.
Además, diversos estudios han demostrado que la fascia es un tejido altamente inervado, incluso más que la piel. Contiene principalmente receptores de dolor y movimiento, que pueden distribuirse a lo largo del tejido o atravesarlo.
Alta tensión
Una fascia sana es flexible y suave, y permite un movimiento óptimo, fluido y eficiente. Sin embargo, cuando se produce un punto de densificación, el aumento de tensión en esa zona se transmite a otros lugares debido a su continuidad anatómica.
Además, dicha tensión puede afectar el funcionamiento de los receptores nerviosos, que pueden emitir una señal de dolor por los cambios generados en el tejido (en el mismo punto donde se han producido o en la distancia).
Si esta circunstancia se mantiene, nuestro cuerpo irá compensando para huir del dolor y recuperar el movimiento que ha perdido en la zona. Así se producirán otras zonas de tensión, poniendo en peligro la movilidad de las articulaciones, la integridad postural y algunas funciones orgánicas. En último término, el dolor puede pasar a ser crónico.
Para llegar a esta situación, son varios los factores que pueden afectar negativamente a nuestra protagonista:
Llevar a cabo poca actividad física.
Adoptar posturas forzadas o mantenidas durante largos períodos de tiempo.
Hacer movimientos repetitivos.
Sufrir traumatismos, que incluyen cirugías y lesiones, o afectaciones como un dolor menstrual o una mala digestión.
¿Es la fascia lo que me duele?
Pero, ¿cómo puedo determinar si mis molestias provienen realmente de la fascia? En general, si los músculos o las articulaciones están afectados, es probable que empeoremos al movernos.
Por otro lado, las tensiones en el tejido fascial tienden a mejorar con el movimiento y responden positivamente a terapias de calor, que ayudan a restaurar la elasticidad del tejido.
Para aliviar el dolor, podemos aplicar calor en la zona afectada, tomar una ducha caliente y realizar estiramientos suaves. En la mayoría de los casos, si la molestia es reciente, suele resolverse por sí misma en unos días. Sin embargo, si persiste, es recomendable buscar la atención de un fisioterapeuta.
Es común experimentar este tipo de problemas de vez en cuando. Sin embargo, si el dolor es constante, muy intenso o crónico, es importante descartar otras causas más serias. Si seguimos experimentando dolor a pesar de seguir las recomendaciones o si afecta nuestra calidad de vida, es aconsejable buscar la opinión de un médico.
Cómo mantenerla sana
Tener una fascia saludable implica sentir menos dolor, contar con más rangos de movilidad articular y movernos de forma más sencilla.
Estaremos menos cansados, puesto que nuestro cuerpo funcionará de forma más eficiente y no gastará más energía de la necesaria. Estas son algunas recomendaciones para prevenir problemas fasciales:
Es importante moverse más: no solo se trata de hacer ejercicio físico de manera regular, sino también de cambiar de posición o caminar durante la jornada laboral si se tiene un trabajo estático. Si es posible, realice tareas mientras se mueve, como subir escaleras en lugar de utilizar el ascensor.
Realice estiramientos de forma habitual para mantener la flexibilidad y aliviar la tensión muscular.
Procure tener una buena conciencia corporal que le permita reconocer en todo momento si su postura es adecuada. Si no lo es, evite mantenerla durante mucho tiempo.
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