Se debe considerar el estado hipercoagulable asociado al COVID-19, especialmente en pacientes con comorbilidades que podrían predisponer a complicaciones tromboembólicas graves, como la TVP, que pueden manifestarse sin los síntomas respiratorios típicos de la enfermedad.
El paciente de 66 años, con antecedentes de hipertensión, hiperlipidemia y diabetes mellitus tipo 2, se presentó en el servicio de urgencias (SU) de San Juan, Puerto Rico, con dolor en el flanco derecho.
Una tomografía computarizada (TC) sin contraste mostró un cálculo de 0.5 cm en el riñón derecho, sin signos de obstrucción. Debido a un viaje reciente a Puerto Rico, se le realizó una prueba de COVID-19, la cual resultó positiva. Se le diagnosticó nefrolitiasis y se le dio de alta con recomendaciones para el manejo ambulatorio de la COVID-19.
Diez días después, regresó al SU con fiebre, sudores nocturnos, malestar general, pérdida de peso involuntaria y dolor abdominal epigástrico. Negó cualquier síntoma respiratorio. El examen físico reveló un paciente orientado, sin signos de angustia y con pulmones despejados.
Sin embargo, los análisis de sangre mostraron leucocitosis neutrofílica, trombocitosis reactiva, anemia normocítica normocrómica, elevación de las enzimas hepáticas y marcadores inflamatorios elevados.
Una ecografía abdominal reveló una trombosis venosa porta aguda (TVP). Fue ingresado en la unidad de COVID-19 y se le administró un tratamiento con vancomicina, piperacilina/tazobactam y enoxaparina. Tras dos días de tratamiento, sus síntomas febriles y sudores nocturnos se resolvieron.
Una tomografía abdominopélvica adicional confirmó la TVP en las venas porta principal, derecha e izquierda, y evidenció un área de hipointensidad en el hígado, lo que sugería un infarto hepático en desarrollo.
Este cuadro se complicó aún más con la formación de un absceso hepático en el lóbulo izquierdo. Los estudios de seguimiento mostraron que, aunque la trombosis portal persistía, el paciente experimentó una mejoría clínica significativa con la resolución del absceso y una transformación cavernosa del porta hepatis, lo que sugiere el desarrollo de vasos colaterales en respuesta a la oclusión crónica.
Se realizaron pruebas adicionales, que incluyeron estudios serológicos para descartar infecciones y enfermedades hepáticas virales. Tras 12 días de tratamiento, el paciente fue dado de alta con un plan para completar cuatro semanas de antibióticos orales y seis meses de anticoagulación.
En una cita de seguimiento 22 días después del alta, el paciente negó fiebre, sudores nocturnos o dolor abdominal. Una TC de seguimiento reveló la resolución del absceso hepático previamente observado, aunque persistía una TVP con desarrollo de vasos colaterales, indicativo de una transformación cavernosa del porta hepatis.
La infección por COVID-19 ha sido ampliamente documentada por su asociación con un estado hipercoagulable, particularmente en pacientes gravemente enfermos que requieren hospitalización.
La presentación de este caso clínico (Rivera, C. et al), y las complicaciones trombóticas severas asociadas al COVID-19 sin síntomas respiratorios, como la trombosis de la vena porta y el infarto hepático, plantea la necesidad de vigilancia y tratamiento precoz. El tratamiento con anticoagulantes y antibióticos resultaron en una mejoría significativa en este paciente.
A medida que se recopilan más datos, se recomienda que los médicos mantengan un alto índice de sospecha ante manifestaciones tromboembólicas en pacientes con COVID-19, independientemente de la gravedad de los síntomas respiratorios.