Inflamación crónica: ¿por qué ocurre?

A nivel mundial, un 50 % de la mortalidad se asocia a enfermedades relacionadas con este trastorno.

Isbelia Farías

    Inflamación crónica: ¿por qué ocurre?

    El proceso inflamatorio, entendido desde un punto de vista, es necesario para nuestra supervivencia, pero también puede convertirse en un problema serio.

    El investigador y nutricionista Pedro Carrera-Bastos, coautor de un estudio publicado en la revista Nature sobre la relación de múltiples enfermedades con la inflamación crónica, es claro a este respecto: aunque ahora nos estemos fijando en la parte mala de la inflamación —por ejemplo, cuando se vuelve crónica—, el proceso en sí es indispensable para nuestra supervivencia. “El problema estaría en no poder llevar a cabo un proceso inflamatorio. Si nuestros ancestros no hubieran podido activar una respuesta inflamatoria siempre que fuese necesaria, probablemente estaríamos extintos como especie”, señala.

    La inflamación es un conjunto de respuestas fisiológicas que tienen los organismos para intentar mantener la estabilidad (la homeostasis.

    Esa estabilidad consiste en mantener ciertas variables como la presión sanguínea, la temperatura o los niveles de glucosa dentro de un rango “aceptable”, algo para lo que tenemos mecanismos autónomos.

    Sin embargo, cuando esos mecanismos se ven superados y no logran mantener esa regulación, aparece la respuesta inflamatoria, que es principalmente “un mecanismo de protección y defensa”, dice Jaime Millán, vicedirector del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CBM) de la Universidad Autónoma de Madrid.

    El problema viene cuando esa inflamación no funciona adecuadamente, no se resuelve una vez solucionado el problema que venía a tratar o cuando, al estar expuestos a estímulos inflamatorios constantes, se alarga en el tiempo. El presidente de la Sociedad Española de Inmunología (SEI), Marcos López Hoyos, habla del control y la regulación como claves en ese paso de la inflamación buena a la mala: “Cuando no está bien controlada —su duración o su magnitud—, la inflamación es exagerada y produce las enfermedades”, resume.

    Factores desencadenantes de la inflamación crónica

    Ante un problema o una amenaza, ¿quién da la voz de alarma? Los principales sensores de esas señales de estrés (infecciones, roturas del tejido, golpes, etcétera) que pueden desencadenar una respuesta inflamatoria son, por un lado, las células del sistema inmunitario que se encuentran en los tejidos, responsables de un tipo de inmunidad más primitiva y denominada innata; y, por otro lado, las neuronas sensoriales, que detectan estímulos externos de varios tipos, elabora Millán. Todas estas células, que han visto de primera mano la amenaza, disparan mediadores inflamatorios que activan al resto de las células necesarias para “orquestar la respuesta inflamatoria”.

    En el ejemplo de la picadura o el golpe, lo habitual es que esa inflamación, además de localizada, sea aguda y transitoria. Es decir, empieza rápido y se resuelve en un periodo de tiempo corto. Cuando no se resuelve, por un problema de descontrol o porque estamos recibiendo esos estímulos inflamatorios de forma constante, la inflamación se cronifica.

    Esta cronificación acaba por producir enfermedades. Millán afirma: “Los niveles altos de colesterol, la vida sedentaria, etcétera, hacen que se acumulen lípidos en el interior de las paredes de los vasos sanguíneos. Esto genera la secreción de señales inflamatorias que atraen a células inmunitarias que migran hacia estos lugares de acumulación lipídica como si fuera un foco de infección”.

    Pero, en lugar de hacerlo transitoriamente, lo hacen de forma lenta y constante y se acumulan en el interior del vaso en un proceso que tarda años, contribuyen a formar las placas de ateroma que pueden terminar bloqueando el torrente circulatorio”, explica Millán.

    Una dieta rica en alimentos ultraprocesados “altera y disminuye la diversidad de la microbiota”, ya que se trata de alimentos que no necesitan tanto de las bacterias para ser digeridos y absorbidos, por lo que disminuyen los nutrientes disponibles para su supervivencia en el intestino. Esto tiene un efecto proinflamatorio, puesto que “a menor población de bacterias propias y beneficiosas, mayor posibilidad de ser colonizados por bacterias patogénicas que señalizan al sistema inmunitario y producen inflamación”, explica.

    Fuente: aquí

    Más noticias de Medicina Interna